viernes, 1 de febrero de 2013

La casa de Jose Emilio

(Palabras inaugurales de la muestra personal del artista plástico Jose Emilio Leyva Azze “Casa de Ocha”, expuesta a partir del 15 de enero en la Casa de Iberoamérica con motivo de la Semana de la Cultura holguinera.) La simbología en torno a la casa es amplia y de trascendencia para todas las culturas. Deviene siempre imagen poética, metáfora que encierra una visión particular del universo. En ella se consolidan tradiciones, costumbres, se legitiman prácticas construidas día a día en su íntimo espacio, el único donde el hombre despliega y alimenta libremente sus credos y esperanzas. En culturas mestizas como la nuestra, ha sido depositaria y resultado directo de mixturas, símbolo inequívoco de las condensaciones que han dado lugar al etnos cubano. Así, los cultos sicréticos aportan el caldero, la nganga ceremonial donde viven los orichas. Entonces, no falta quien la vea como sinónimo de nación, pedazo de patria que invita a recorrer desde la innegable polisemia de la obra de arte. Para quien ha seguido la creación de José Emilio Leyva Azze, salta a la vista su constante necesidad por activar las escencias de nuestra nacionalidad. Y es en el ámbito de la religiosidad popular donde ha encontrado los mejores resortes para transmitir su sentido de cubanía. Fuente que pasa por el tamiz de una rigurosa formación académica y es devuelta con implícitos guiños al arte occidental, nunca en oposición pero sí en condición de igualdad. Desde los lenguajes y procedimientos de un arte llamado “culto” se sumerge en un rico campo de redes simbólicas que le es posible remover a partir de experiencias propias, de búsquedas formales que le permiten estilizar contenidos, poetizar con ellos. A este, hoy sólido propósito, han tributado desde su apropiación de la iconografía bizantina, matriz simbólica aparentemente inconexa, hasta el tratamiento de orishas y sus atributos, entre los que sobresalen Elegguá, Ochosi, Babalú-Ayé. Deudor de portentosos creadores como Lam, Diago y José Bedia, se inserta, de este modo, en una tradicional línea discursiva dentro del arte cubano que, en su vertiente más depurada, ha logrado despojarse de manidos folklorismos con autenticidad y, algunas veces, arrojo. Si bien para algunos, con una mirada más global, puede este camino parecer ya agotado y, por otro lado, en el concierto del arte local aparezca cierta fascinación tardía que muchas veces resulta vacía e impostada, Leyva Azze queda fuera de ambos extremos con una obra que ha ido sedimentando en un trayecto artístico-profesional de casi 30 años. A lo largo de este tiempo, no ha dudado en experimentar con soportes, técnicas, materiales diversos. Así transita con holgura de la pintura al dibujo, al grabado, otras veces se acerca al ejercicio escultórico sin prejuicios y con acertadas soluciones formales. Pero acaso sea la colografía la técnica que le haya propiciado concebir obras más completas. La inquietud por el trabajo objetual queda viva en cada matriz donde va ofreciendo, como en pequeñas dosis, un corpus cultural muy bien definido en la Cuba presente, por tanto, familiar a buena parte de sus habitantes. Casa de Ocha, contiene un poco de esos ingredientes. A grabado limpio impreso sobre materiales nobles como el cartón y el papel artesanal/manufacturado, revive el frescor del monte, jicoteas, gallos, peces, los secretos que habitan la naturaleza, esa que también es cobija, templo, cosmos que habitamos, sitio donde encontramos respuestas y se generan nuevas preguntas. La serie, con atinada sobriedad, denota madurez y deja fuera toda preocupación, si alguien aún la tuviera, por la búsqueda de una impronta personal. José Emilio ya la tiene y lo hace notar. La puerta está abierta, solo nos queda entrar. Por: M.Sc. Yuricel Moreno Zaldívar

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